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El divorcio
No se trata de una crisis pasajera, sino de una experiencia
que deja huellas indelebles en quienes se ven atravesados por
él
El divorcio en nuestra sociedad
Los cambios en la cultura vincular son vertiginosos. En nuestra
imaginación conviven imágenes a veces contradictorias:
la ilusión de eternidad junto a la necesidad de la
satisfacción inmediata y urgente; la fugacidad de las
pasiones y la búsqueda de la felicidad absoluta.
Se ha perdido la seguridad de antaño en las relaciones
amorosas. Aún cuando fuera sostenida por pilares no
afectivos. El divorcio en nuestra cultura no es más
que el reflejo de estos cambios.
Históricamente, el matrimonio no es lo que era. El
amor se ha transformado en el requisito fundamental para contemplar
la unión; antes, otros valores eran considerados los
fundamentales para sostener el matrimonio: mandatos sociales,
intereses económicos, acatamiento de reglas, etc. Hoy,
el amor se ha transformado en la base de la unión,
y su ausencia puede legitimar el fin de la misma.
Acostumbrados como estamos en nuestra sociedad a convivir
con él, casi no reflexionamos acerca de sus implicancias
y, sobre todo, acerca de sus efectos.
El divorcio es resultado de un proceso más largo y
complejo que aquel que lo determina legalmente. Es un proceso
que conmueve estructuralmente a quienes lo padecen. Se trata
de volver a armarse después de una tormenta que arrasó
con las estructuras, con las construcciones conjuntas, con
lo realizado y dolorosamente, con los proyectos comunes.
No se trata de una crisis pasajera, sino de una experiencia
que deja huellas indelebles en quienes se ven atravesados
por él.
Una familia es capaz de sobrevivir, pero debe modificarse
para ello; reacomodarse a nuevas formas de vivir, tornar la
experiencia en una fuente -por su inevitabilidad- de aprendizajes
acerca de sí mismo y de los otros involucrados, pueden
ser buenas maneras de encontrar sentidos positivos para el
después que generalmente se presenta amenazador.
El proceso de un duelo
Cuando pensamos en el divorcio nos resulta problemático
el pensar en la disolución de un vínculo de
dos que envuelve hijos. La separación de los cónyuges
supone un quiebre en una tradición construida sistémicamente;
una red de valores, hábitos, costumbres, proyectos
y modos de enfrentar la vida que son transmitidos educacionalmente
-desde la normativa y desde el clima emocional- a los hijos.
Aprendizaje familiar que supone una lectura particular -y
su interpretación- de lo que es la realidad para cada
familia.
La muerte del vínculo es una muerte anunciada: pequeñas
fracturas, distancias crecientes, rencores acumulados, fricciones
en aumento, configuran un sutil campo de batalla para enterrar
el proyecto amoroso de la pareja. Algunas veces, estos desencuentros
forman parte de la evolución natural de un matrimonio
que encontrará un nuevo equilibrio; otras perfilan
una nueva manera de organización determinada por la
separación.
Lo más importante en cualquiera de estas etapas, siempre
será tener en cuenta a los hijos, como inocentes participantes
de una situación que, para ellos, siempre tiene toques
de tristeza y pérdida; nada menos que un duelo.
Protagonistas
Resentimiento, temor, culpa. La culpa se instala en el proceso
de divorcio: provocar el dolor en el otro, en aquel que quiso
privar de un padre o una madre cotidianos a los hijos desmadejan
hilos de culpa que van y vienen. Si entendemos que una familia
es una construcción de dos, aún con pesar, debemos
acostumbrarnos a pensar en responsabilidades compartidas y
no en culpas.
Las culpas y el enojo pueden enfrentarnos a sentimientos de
poca valía, hundirnos en pozos de los que ignoramos
cómo salir; aterrorizarnos ante la posibilidad de nuevos
vínculos.
Pero hay maneras sociales de encarar la idea de un mejor divorcio:
existen en muchos lugares grupos de personas que han atravesado
la experiencia y que trabajan para demostrarse las posibilidades
de reconstrucción; orientaciones terapéuticas
especializadas para que el desenlace sea lo menos traumático
posible. Hay grupos para padres, grupos para hijos, grupos
para familia extendida. Hay instituciones escolares que tienen
montada una red de apoyo en situaciones complejas para los
hijos, instituciones religiosas, etc. Todas son maneras válidas
y recomendables para prevenir futuros efectos nocivos.
Hijos: un capítulo aparte
¿Los protagonistas? Los padres. Son quienes escriben
el guión, quienes deciden. Los hijos son espectadores
de una tragedia ajena que los envuelve completamente. Muchas
veces olvidados a un costado, en el fragor de la batalla;
otras veces, tristes, utilizados como botines de guerra, como
instrumentos de venganza, como herramientas de manipulación.
No son consultados, sino informados, son quienes resultan
más desprotegidos frente a una situación general
de sufrimiento.
Para ellos el divorcio de los padres no representa una nueva
oportunidad, no una puerta para lograr una vida mejor; por
lo general para ellos representa una sumatoria de pérdidas
profundas: la familia intacta y unida, y la protección
y cuidado que significa. Los peligros de pérdidas adicionales
amenazan: el contacto con uno de los progenitores, el amor
de uno de ellos, etc. Muchos hijos recurren y se amparan en
la ilusión de un retorno: anhelan una vuelta a la familia
unida aún cuando permanecer en ella haya sido un estado
caótico.
Cada edad privilegia maneras de demostrar las huellas de la
separación de los padres. Hay síntomas a corto,
mediano y largo plazo que denuncian la confusión en
que se ven sumergidos.
Generalmente, en los niños en edad escolar suelen aparecer
conductas no habituales como baja en el rendimiento, mal comportamiento,
disminución de la concentración; abatimiento,
retraimiento, agresividad.
Los adolescentes tienen sus posibilidades de expresión:
rencor, fluctuaciones de la lealtad, competencia, acomodarse
peligrosamente en el lugar del que se fue. Los bebés,
pequeñas esponjas, absorben la inquietud de su entorno
y pueden mostrarse inquietos ellos mismos, presentar trastornos
en el ritmo del sueño, de la alimentación, del
estado de ánimo.
Las manifestaciones que comprometen la salud física
no son raras: aparición de enfermedades, baja de defensas,
propensión a recaídas, pueden asimismo ser habituales.
Lo importante es entender que para ellos también se
trata de un proceso, que los adultos deben brindarles seguridad,
asistencia, explicaciones, tiempo. Deben construir un modelo
con padres presentes para que no sientan que perdieron los
referentes. No hay que olvidar que quienes se divorcian son
los padres, no los hijos.
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